Cuando hablamos de personalidad hacemos referencia a un patrón de pensamientos, actitudes, sentimientos y conductas de la persona que se forja en la infancia y que permanece estable con algunas pequeñas variaciones a lo largo de la vida adulta. Todos tenemos rasgos de personalidad específicos que nos caracterizan. Sin embargo, un trastorno de personalidad (TP) se manifiesta cuando algunas de esas características de personalidad se expresan de un modo intenso e inflexible. Es decir, se desarrollan pensamientos extremistas, emociones desagradables y comportamientos rígidos y desadaptativos que terminan por generar sufrimiento en la persona que lo padece y problemas en su entorno personal, familiar, laboral y social.
Estas dificultades que experimentan se inician a edades tempranas y se mantienen a lo largo del tiempo y en numerosas circunstancias.
Las personas que sufren un trastorno de personalidad (TP) perciben la realidad de una manera muy diferente a las expectativas sociales y culturales. Esto provoca que tengan reacciones disfuncionales ante las demandas del entorno, experimentando mucho malestar.
Cada uno de ellos presenta una sintomatología específica que, a veces, se solapa con las características de otros TP. Y pueden abordarse en un proceso terapéutico que mejore la calidad de vida de la persona y sus relaciones con los demás.
A veces es recomendable que los familiares también tengan su propio espacio de terapia para desahogarse y recibir acompañamiento o pautas que ayuden a gestionar la situación y relación con la persona que sufre el TP.